La pareja divina tuvo dos gemelos, varón y mujer, llamados Wilkas; pero la felicidad se cortó abruptamente cuando Pachacamac cae al mar de Lurín (Lima ) y muere ahogado, quedando convertido en una isla. El silencio y las tinieblas cubrieron el mundo. Pachamama y sus niños vagan sin rumbo en la noche interminable, teniendo que esconderse a menudo de enormes monstruos. Cuando se hallaban por las tierras de Canta (sierra de Lima), vieron una pequeña luz de fuego en las alturas y no dudaron en ir hacia ella, ignorando que esa única luz de esperanza provenía de la cueva de Waqon.
Al llegar, cuentan sus penurias y reciben la ayuda de un desconocido Wakon; éste se las ingenia para quedarse solo con la bella Pachamama — envía a los pequeños a traer agua en una vasija rajada — y trata de seducirla, pero ella lo rechaza. Sumamente encolerizado Wakon la mata a golpes, la descuartiza y devora su carne, mientras el espíritu de Pachamama se aleja para convertirse en la cordillera de los Andes.
Los gemelos huyen, corren sin parar, temen a la muerte que viene tras ellos. En el trayecto, diversos animales ofrecen distraer al malvado perseguidor; avanzan y avanzan, demostrando valor, a pesar que sus delgadas piernas se van rindiendo; muy cansados ya, una zorra los oculta en su madriguera.
Al mismo tiempo, Wakon recorre velozmente los caminos, pregunta al cóndor, al jaguar, a la serpiente y a otros animales que va encontrando a su paso, pero ninguno le da una buena pista. Finalmente, se encuentra con la zorra, quien le dice que los niños vendrán si canta desde la montaña más alta, imitando la voz de Pachamama. Crédulo y poco sagaz, Wakon emprende una rauda carrera hacia la cumbre pero, faltando muy poco para llegar, pisa una piedra aflojada adrede por los animales y cae al abismo, ocasionando su muerte fortísimos temblores.
Los huerfano sólo tienen a la zorra que hace lo posible para que no mueran de hambre, y aunque esta se esfuerza alimentándolos incluso con su sangre; viven tristes, sin tener siquiera alguna esperanza de que su suerte cambie. Pero como nada terrenal es eterno, pronto el destino los llevaría por un rumbo jamás imaginado.
Cierto día en que salieron al campo a recoger papas, en uno de los surcos encontraron una oca grande en forma de muñeca y se pusieron a jugar con ella hasta que se partió en pedazos; desconsolados se quedaron dormidos. Su padre Pachacamac que los miraba desde el cielo sintió la más profunda pena y en ese instante decidió llevarlos junto a él.
Al despertarse, la niña contó a su hermanito que tuvo un sueño en el que tiraba su sombrero y ropas al aire y arriba se quedaban, ella estaba acalorada y él no supo qué decirle. Sentados al borde de la chacra, ambos se hallaban confundidos, contrariados, tratando de interpretar el sueño, cuando de repente vieron bajar del cielo dos cuerdas doradas; se miraron sorprendidos y, empujados más que nada por la curiosidad, decidieron treparse en ellas y subir para saber hacia dónde conducían. El ascenso fue sencillo, porque las cuerdas se recogían suavemente como si alguien estirará de ellas; los niños llegaron al cielo y no tardaron en experimentar la felicidad absoluta, al encontrar vivo a su amoroso padre Pachacamac, quien los premió dándoles un lugar de privilegio en su reino, quedando transformados en el Sol y la Luna. Así terminaba la época de oscuridad total en la tierra, dando paso al día y la noche.